Los trabajadores del conocimiento, es decir, aquellos contratados por su capacidad y aporte intelectual, lideran el ámbito laboral moderno. Con un creciente número de empresas basadas en las contribuciones intelectuales de sus colaboradores, se vuelve cada vez más importante conocer y manejar debidamente a las personalidades que interactúan dentro de la organización. Entre la amplia gama de personalidades que componen las empresas, existe un grupo minoritario que pasa desapercibido a pesar de sus impactos positivos: los introvertidos.
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No significa ser tímido ni asocial, ya que estas son características que puede desarrollar cualquier persona.
Una persona realmente introvertida es aquella reflectiva y consciente de sí misma, que prefiere escuchar antes que hablar y estar en grupos pequeños en lugar de grupos grandes, todo esto causado por los pocos niveles de estimulación que necesitan para sentirse sobre estimulados. Piensa en Bill Gates, J.K. Rowling o Albert Einstein por ejemplo.
Su polo opuesto son las personas extrovertidas. Esas personas que no tienen problemas con ser el centro de atención, disfrutan de pasar tiempo con otros y mayores tendencias sociales. En este grupo encontramos personalidades como Oprah, Donald Trump o Jim Carrey.
Los jefes suelen ser extrovertidos. Esto es un hecho. Sus características les permiten resaltar y obtener más promociones en relación con sus contrincantes introvertidos. Pero esto no siempre es lo mejor para la empresa. La historia lo demuestra con los numerosos introvertidos que han tenido impactos positivos como líderes: Abraham Lincoln y Mahatma Gandhi; en la actualidad, personalidades como Mark Zuckerberg de Facebook y Larry Page de Google continúan a recalcarlo.
Harvard Business Review compartió al respecto que, en ambientes dinámicos, los líderes introvertidos demuestran una ventaja, gracias a que tienden a escuchar más cuidadosamente y a ser más receptivos. Esto les permite apoyar a su equipo y asegurar que ideas innovadoras e impactantes sean implementadas, en beneficio de todos.
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Muchas cualidades relacionadas con la personalidad introvertida son de mucho valor para el ámbito laboral, en especial para los trabajadores de conocimiento.
La doctora en psicología clínica, Robin Buckley, comparte que los introvertidos tienden a ser autosuficientes y sumamente reflexivos, lo que les permite trabajar arduamente y de forma enfocada para concretar las metas que se les otorguen de manera independiente. De esta manera, demuestran altos niveles de eficiencia y productividad con menos supervisión que sus compañeros extrovertidos.
No obstante, existen culturas empresariales que limitan notablemente el potencial intelectual y creativo de los introvertidos como las oficinas abiertas y el trabajo en grupo.
Las oficinas abiertas tienden hacia mayores niveles de socialización y cooperación, pero promueven una cultura desenfocada y desconcentrada, lo cual ha sido demostrado como perjudicial para la productividad laboral. De hecho, la Universidad de California ha demostrado que necesitamos “23 minutos y 15 segundos” para volver a concentrarnos tras cada interrupción o distracción.
En ese periodo antes de la concentración, estamos produciendo un trabajo sub-par en comparación con aquello que podemos producir de forma enfocada. Para concentrarse, los introvertidos requieren de más silencio que una persona normal, por lo que estos ambientes perjudican aún más su productividad.
En defensa de este argumento, el psicólogo organizacional Adrian Furnham expresa que «la evidencia de la ciencia sugiere que los empresarios deben estar locos para usar grupos de ‘brainstorming‘. Si tiene personas talentosas y motivadas, se les debe alentar a trabajar solas cuando la creatividad o la eficiencia son la máxima prioridad».
Potenciar la diversidad de personalidades representa la clave para un ambiente laboral pleno, donde las diferencias de las personas introvertidas sirvan como impulsadores de la empresa.
Para esto, el conocimiento del personal es solo la base. Con él, empieza el trabajo requerido para una buena gestión.
Por Marian Briceño
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