Carlos Alcaraz: 5 lecciones del número 1 más joven de la historia del tenis
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Carlos Alcaraz: 5 lecciones del número 1 más joven de la historia del tenis

Por revistamercado | septiembre 12, 2022

Dos horas antes de jugar la final del US Open, Carlos Alcaraz estaba dormido. Es un caso especial en el circuito: al contrario de la práctica totalidad de jugadores, el murciano duerme la siesta a pocos minutos de sus partidos. Su primera final de Grand Slam, en la que se jugaba la posibilidad de convertirse en el número 1 más joven de la historia del tenis mundial, no fue una excepción. A sus 19 años, Alcaraz es un prodigio tenístico. Pero además, tiene una mente privilegiada, capaz de convivir con la presión de ser visto, desde su adolescencia, como el heredero de Rafa Nadal. Un peso que no borra su sonrisa, su ingenio y su carisma natural. Y que, en la pista, no afecta su manera de jugar, creativa, mágica y siempre en el alambre entre la valentía y la temeridad. Este domingo, dos horas más tarde de su siesta, Alcaraz saltó a la pista central de Flushing Meadows superó a Casper Rudd en el partido más importante de su vida, ganó su primer Grand Slam y se convirtió en el mejor jugador de tenis del mundo. Una nueva hazaña de un deportista que nos ofrece valiosas lecciones aplicables a todos los ámbitos personales y profesionales:

Ante la presión, naturalidad

Rafa Nadal es el referente por excelencia de uno de los países más apasionados del mundo en cuestiones deportivas: España. A sus 36 años, con 22 Grand Slams en sus vitrinas, no es un secreto que su carrera encara su recta final. Por tanto, se busca sucesor. Es la mochila con la que Carlos Alcaraz ha tenido que cargar desde que empezó a despuntar. Un adolescente con los focos de un país y un deporte siguiendo cada uno de sus pasos. Encumbrándole en cada éxito y comparándolo con una leyenda como Nadal en cada derrota. La presión persigue a Carlos Alcaraz…, y él la afronta con una enorme naturalidad.

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El cartel de «el nuevo Jordan» o «el nuevo Maradona» han sepultado carreras muy prometedoras. Alcaraz no teme la cuestión, no la elude ni la convierte en un tabú. «No quiero compararme con ellos -referido a Nadal, Ferderer y Djokovic-, pero es algo que admiro y que todo el mundo quiere llegar a ser. Voy a intentar parecerme aunque sea una pequeña parte a ellos», responde con una sonrisa, sin mostrar una mueca de incomodidad. Lo asume, lo acepta y lo utiliza como motivación.

Alcaraz sabe que tiene un talento especial, tiene hambre y no lo esconde. Así a principios de temporada, se marcó un reto mayúsculo: «Creo estar listo para ganar un Grand Slam, es un objetivo para mí este año». La ambición es parte de su día a día.

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Relación especial con el riesgo

Las dejadas y las voleas en la red forman parte del ADN de un tenista diferente, creativo. Son dos acciones que conllevan un riesgo alto: si ejecutas mal una dejada o subes antes de tiempo, concedes una ventaja enorme a tu rival. Sin embargo, Alcaraz no duda en utilizarlas en momentos de máxima importancia, sin importar que las anteriores no le hayan dado réditos.

En la final dio muestras de ese coraje para mantener su estilo incluso en los momentos más calientes. Tras varias dejadas si éxito en el segundo set, y tras perder dos de las tres bolas de break de las que disponía (30-40, al saque de Rudd), Alcaraz se jugó una nueva dejada que sorprendió al noruego y le dio una rotura de servicio al inicio de la tercera manga. Más tarde, con bola de set en contra y tras una subida a la red precipitada, Alcaraz volvió a apostar por la misma fórmula: saque, derecha, subida a la red y volea. Una situación crítica resuelta con una acción que acababa de salirle mal.

¿Temeridad o valentía? ¿Ambas? Lo cierto es que en los momentos en los que todo se decide, en los que más quema la raqueta, Alcaraz se siente más cómodo arriesgando.

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¿Estrés? ¡Al ataque!

Carlos Alcaraz llegó a la final del US Open tras vencer en cinco sets sus anteriores tres partidos. En total, acumulaba más de 20 horas en pista, una auténtica paliza. Nadie en este siglo había jugado tanto tiempo antes de una final en Nueva York. ¿Cómo lo afrontaba el murciano? Con naturalidad, por supuesto. «Es una final de Grand Slam, no puedo estar cansado«.

Durante el partido, la fatiga apareció. Habitualmente omnipresente en todas las partes de la pista, Alcaraz renunció a correr a algunas bolas ajustadas de Rudd y se mostró impreciso, con un número impropio de errores no forzados. Le pesaban las piernas, el estrés mental comenzaba a nublar el panorama y, al otro lado de la red, la figura del noruego se agigantaba. Rudd alargaba los puntos, incidiendo en el cansancio del murciano.

Entonces, Alcaraz tomó una decisión. Ir al ataque. Darle una vuelta más de intensidad a su juego. Apretar en lugar de contener. Se fue a buscar a Rudd, acortando los puntos y subiendo a la red. Una apuesta de nuevo arriesgada que le llevó de la lona al ‘tie break’ del tercer set, y después al título. Cuando más cansado estaba, cuando más apretaba la presión del momento, allí, solo en mitad de la multitud, el tenista de 19 años aumentó su determinación.

Gestualidad positiva

Los gestos forman parte del tenis. Cada tenista, solo en su lado de la red, tiene su forma de expresarse, de soltar la tensión. Federer pasó de romper raquetas a mantenerse imperturbable. Nadal cierra el puño con vehemencia. Djokovic habla consigo mismo. Hay quien protesta, quien, como Lleyton Hewitt, echa la culpa al cordaje, quien mira al público…

En el caso de Alcaraz, su gestualidad es casi siempre positiva. Se anima, celebra los puntos conseguidos y trata de conectar con el público, con el que le une una relación especial en casi todas las pistas. En la final del US Open, además de su cambio de juego, también varió su lenguaje no verbal al final del tercer set.

Así, tras dos tantos en los que pidió al público que se levantara, llegó una de las mejores acciones del partido. Un intercambio de golpes, remates, defensas imposibles que terminó con punto para Rudd y Alcaraz por el suelo. Entonces, las cámaras enfocaron al murciano. Estaba riéndose. Después de un set y medio de sufrimiento, volvía a divertirse. Sus gestos y su interacción con el público le proporcionaron una energía y un positivismo claves, que le ayudaron a superar la fatiga.

 

Confianza en su equipo y aprendizaje cultivado

Hay una figura clave en el desarrollo deportivo y personal de Carlos Alcaraz: Juan Carlos Ferrero. El exnúmero 1 del mundo y ganador de Roland Garros asumió la tutela del murciano cuando tenía 13 años. Lo hizo rechazando entrenar a tenistas ya asentados en la elite como Tsitsipas, Thiem, Cilic o Halep. «Cuando llegó a la academia era un fideo, tenía rapidez, pero no tenía músculos», explica Ferrero. «Pero sí vimos algo muy especial. Tenía todo lo que tiene ahora, pero en pequeño».

Desde entonces, han construido una relación especial. Además de un entrenador, Ferrero es un mentor, un ejemplo que guía a Alcaraz en su juego, su comportamiento y su mentalidad. Su intenso abrazo instantes después del título habló por sí solo. También lo hace su comunicación en pista. Tras cada tanto, el murciano busca con la mirada su box, en el que Ferrero se muestra tranquilo y le da indicaciones directas, claras y positivas.

Maneja su energía y también cultiva su aprendizaje. El encuentro de cuartos de final ante Sinner fue un excelente ejemplo de cómo Ferrero entiende el proceso de crecimiento que debe seguir Alcaraz. El joven tenista no encontraba la fórmula de descifrar al italiano y se giró al box preguntando «¿a dónde saco?». Ferrero sonrió con un gesto tranquilo, pero con el que le invitaba a que fuese él mismo quien tomara las decisiones. Un riesgo que cultiva su visión de juego y su independencia para manejar situaciones críticas a largo plazo.

Ferrero y Alcaraz quieren más

«Creo que está al 60 % de su juego, puede mejorar muchas cosas. Ahora que es número 1 tiene que seguir ganando, lo sabemos y se lo recordaré». Palabra de Juan Carlos Ferrero. «Estoy hambriento, quiero estar al máximo durante muchas semanas, muchos años. Voy a trabajar duro, voy a luchar para tener más». Palabra de Carlos Alcaraz.

Por Borja Santamaría

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