MÁS DE UN MILLÓN de personas reunidas en la Plaza Italia saltan, agitan banderas y cantan en un gigantesco coro que retumba por las avenidas que desembocan en ese sitio icónico de Santiago, donde tradicionalmente los chilenos celebran triunfos políticos o deportivos.
La gran mayoría de esas personas son jóvenes. Son los protagonistas de las marchas que sacudieron a Chile desde cuando el alza en las tarifas del metro detonó un descontento que venía represado, y que se enfoca en temas en extremo sensibles: salud, pensiones, educación y transporte.
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Ejemplo para los demás países de América Latina en materia de mejora en los principales indicadores de la economía, Chile era mirado como punto de referencia en materia de desarrollo.
Ese punto de referencia se volvió en pocos días tema de reflexión ante una realidad ya ineludible: el enorme descontento de los chilenos con los costos de los servicios que rodean su vida diaria.
Latinoamérica acababa de asistir a una semana de violentas manifestaciones en Quito, de multitudes enardecidas porque les subieron el precio de la gasolina. Ningún otro producto es tan sensible como la gasolina, por el impacto que su precio tiene en todas las esferas de la economía.
La decisión del gobierno de eliminar el subsidio a los combustibles, lo que significaba alzas en los mismos, fue como dinamita en las calles. A tal punto subieron la tensión y los enfrentamientos que el propio presidente de la República, Lenín Moreno, tuvo que anunciar la suspensión de la medida.
Las protestas en Ecuador no se elimitaron a reclamar por la gasolina, sino que afloraron los reclamos por muchos otros temas que demostraban el descontento con la marcha de la economía.
Igual ocurrió en Chile, pero en esta ocasión por un servicio básico para la movilidad de millones de capitalinos: el costo del pasaje del metro.
Cuando las calles hervían, la solución del toque de queda y la militarización se mostraron como desesperadas reacciones de un gobierno acorralado.
El virus de Quito llegó a Santiago y se multliplicó. Y, tal como Moreno, el presidente Sebastián Piñera tuvo que derogar la medida y anunciarlo a todo el país, al tiempo que pedía perdón a los chilenos.
Es posible que el contagio se extienda ante una medida polémica en otras capitales latinoamericanas. Hay caldos de cultivo en casi toda la región, que pueden saltar ante detonantes que toquen el bolsillo de la población.
Hay muchas inconformidades regadas por toda Latinoamérica con los mismos temas: salud, educación y pensiones.
El milagro económico chileno parece quedrase en los grandes indicadores de la economía, no en los logros sociales.
Pero en ese mismo espejo de inequidad social se pueden mirar todos sus vecinos del continente, desde el Río Grande hasta la Patagonia. AT
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