La visión sostenible de la humanidad ha quedado eclipsada y a merced de la bulimia de las superpotencias; el conflicto comienza a dibujarse en el horizonte ártico. China, Rusia y Estados Unidos fraguan ya la pelea por los tesoros del frío norte; a quién le importa el cambio climático y los efectos que la inminente explotación tenga sobre el prístino ecosistema.
El Océano Ártico ocupa un tercio del planeta y Rusia se considera dueña de este territorio; por ello, el gobierno de Putin ha presentado un plan de inversiones que los expertos cifran en trillones de dólares. De hecho, la economía global marina se concentra tan solo en 100 empresas y diez de ellas controlan el 45% de la riqueza.
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El Ártico contiene cantidades de recursos naturales inimaginables de petróleo y gas. Sin embargo, el interés de Rusia se centra en el paso noroeste; los barcos que vienen del Pacífico hacia el Atlántico cruzan por el norte pueden ahorrar un mes de travesía. En la hoja de ruta del ruso se contempla la creación de 5 ciudades que no existen en la actualidad, para dar servicio al tránsito del paso, con un estimado de 150.000 habitantes.
Actualmente, nueve de las diez empresas que más beneficios obtienen de la explotación oceánica se dedican a la extracción de petróleo y gas de yacimientos marinos. Saudi Aramco, Petrobras, National Iranian Oil Company, Pemex, Exxon Mobil, Royal Dutch Shell, Equinor, Total y BP encabezan un ranking en el que todas las actividades relacionadas con los combustibles fósiles marinos representan el 65% de los beneficios globales que da el mar.
Los rusos se encuentran ahora mismo realizando sus cálculos, pero su plan involucra el deshielo como una ventaja potencial para iniciar esta ruta, anticipando que en el 2030 habrá una pérdida total de masa de hielo marino durante el verano; buscan aprovechar el aprovechar el deshielo que se anticipa durará 4 meses. A partir de entonces el beneficio será suficiente para mantener las infraestructuras.
Pese a que los rusos consideran el Ártico su casa, Estados Unidos está dispuesto a todo, incluso a comprar Groenlandia. El año pasado el expresidente Trump preguntó a Dinamarca por el precio, algo que los daneses asumieron como una falta de respeto. Groenlandia es una zona estratégica. Juega un papel fundamental en la cuestión del paso del noreste y tiene recursos naturales muy valiosos como tierras raras, que son fundamentales para la tecnología.
En marzo del año pasado, las autoridades rusas cifraron en 330 millones el coste económico para extraer material y desechos nucleares del océano
En 2019 Rusia se convirtió en uno de los cinco mayores productores mundiales de gas licuado y tiene previsto incrementar la producción de las actuales 29 millones de toneladas (un 8% del mercado) a 140 millones en 2035, según las agencias rusas. El ministro de Energía ruso, mostró la ambición en una reunión ministerial destacando las ingentes cantidades de hidrocarburos estimadas en miles de millones de toneladas de crudo y billones de metros cúbicos de gas.
Pero no sólo hay un interés por parte de Estados Unidos, sino también de China, con quien Groenlandia ya tiene acuerdos comerciales. China no tiene una visión tan geopolítica como Rusia y Estados Unidos sino más comercial. Ellos quieren explotar los recursos y tener facilidades para moverlos. Tal parece que la pelota está sobre el gobierno de la isla, que deberá decidir con cuál inversor quedarse.
Mientras tanto, en la campaña de Océanos de Greenpeace se advierte del peligro que tiene la inexistencia de normativas que regulen con firmeza este tipo de actividades en aguas internacionales, que además violan el Acuerdo de Paris, donde se estipula la no extracción de Petróleo si se quiere detener el cambio climático.
El mayor cementerio nuclear del mundo
El tema se ha elevado a seguridad militar en las reuniones internacionales, mientras Groenlandia se mueve para ganar autonomía frente a Dinamarca. Esta batalla por la isla anticipa la futura configuración de la Tierra, con el Ártico al descubierto, y quizás la de una nueva Guerra, esta vez Gélida entre las potencias más poderosas.
Hace décadas la antigua Unión Soviética comenzó a usar el mar de Kara, localizado al norte de Siberia, como vertedero para alojar desechos nucleares. Se estima que en desechos, hay miles de toneladas de material nuclear cuya radiactividad superaría seis veces y media a la liberada en Hiroshima. Este hecho, es una de las mayores preocupaciones de Vladimir Putin, ya que un solo reactor submarino en descomposición podría infectar de energía radioactiva las poblaciones locales, estropeando la explotación pesquera y petrolífera.
Al menos 14 reactores de buques antiguos de la Flota del Norte fueron arrojados al mar de Kara. Según el medio de comunicación Bellona, también se vertieron 735 piezas de maquinaria pesada contaminada de energía radiactiva, así como 17.000 contenedores de material nuclear peligroso que ahora suma a los desechos radiactivo que más preocupa a los rusos. En marzo del año pasado, las autoridades rusas estimaron que el coste económico para recuperar este material nuclear y extraerlo del océano será aproximadamente de 330 millones de dólares (alrededor de 270 millones de euros).
A la par, Rusia está enviando más tropas a las regiones ártica para salvaguardar sus posiciones estratégicas respecto a sus competidores, China y Estados Unidos. El país asiático, en concreto, ha invertido cerca de 90.000 millones de dólares en extender su marco de influencia en el Polo Norte y para establecer bases militares y petrolíferas.
Mientras tanto el telón de fondo del detrimento del hielo progresa a pasos agigantados, aumentando la preocupación de quienes apuestan a la preservación del planeta en paralelo a la ambición de estas tres superpotencias con base en sus intereses energéticos y comerciales.
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