En medio de una compleja dinámica global donde la competencia tecnológica redefine los equilibrios de poder, China ha dado un paso estratégico al aliarse con Tesla para desarrollar el proyecto de almacenamiento energético más grande del país. Con una inversión de 4,000 millones de yuanes (aproximadamente 557 millones de dólares), el acuerdo no solo refuerza los compromisos climáticos de China, sino que también evidencia un pragmatismo económico que trasciende los actuales desafíos diplomáticos.
La iniciativa, impulsada en colaboración con China Kangfu International Leasing y el gobierno de Shanghái, consiste en la instalación de una estación de baterías de escala industrial, diseñada para operar en el mercado eléctrico spot. Utilizando los Megapacks de Tesla —unidades de almacenamiento de 3,9 MWh cada una—, la planta comprará energía en períodos de baja demanda para inyectarla en la red durante los picos de consumo.
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Este mecanismo no solo optimizará la distribución eléctrica, sino que también mitigará uno de los mayores desafíos de las energías renovables: su intermitencia.
El timing del proyecto no es casual. China cerró 2024 con un récord de 329 GW de nueva capacidad solar instalada, lo que representa más del 55% de la generación global. Sin embargo, este crecimiento acelerado exige soluciones de almacenamiento eficientes para garantizar la estabilidad de la red. Según estimaciones oficiales, el país aspira a incorporar 40 GW de almacenamiento antes de finales de 2025, una meta que podría duplicarse para 2030.
Para Tesla, este acuerdo consolida su posición en un mercado energético dominado por actores locales como CATL y BYD, que controlan más de la mitad de la producción mundial de baterías. Aunque la competencia es feroz, la compañía estadounidense ha encontrado un nicho clave: sus Megapacks ofrecen una tecnología probada y escalable, respaldada por su nueva «Megafactory» en Shanghái.
La planta, construida en tiempo récord entre mayo y diciembre de 2024, comenzó a operar en febrero de este año con una producción inicial de más de 100 unidades. En su primera fase, el proyecto alcanzará los 300 MWh, aunque su capacidad final se medirá en gigavatios-hora. Este avance refleja la apuesta de Tesla por diversificar su negocio más allá de los vehículos eléctricos. De hecho, su división energética registró en 2024 ingresos por 10,860 millones de dólares, con un margen bruto del 26,2%, superando ampliamente al sector automotriz.
El acuerdo con Tesla ilustra una política clara por parte de Pekín: anteponer los intereses nacionales en materia energética a las disputas geopolíticas. A pesar de las tensiones comerciales con Washington, China no duda en colaborar con empresas estadounidenses cuando la tecnología es indispensable para sus objetivos.
Este enfoque se enmarca en una transición energética sin precedentes. Con una capacidad instalada que supera los 3.348 GW —la mayor del mundo—, China ya genera más del 55 % de su electricidad a través de fuentes renovables. No obstante, la integración de esta energía requiere infraestructuras avanzadas de almacenamiento, un sector en el que Tesla tiene mucho que aportar.
El proyecto de Shanghái no es un caso aislado. China ya cuenta con instalaciones como el parque de baterías de Shandong (1 GWh), pero la escala de la nueva estación —junto con la velocidad de implementación— marca un hito. Además, se espera que Tesla colabore con CATL en la cadena de suministro, combinando tecnología estadounidense con componentes locales.
A mediano plazo, el almacenamiento energético se perfila como un pilar fundamental para la red china. Con una capacidad solar y eólica que no deja de crecer, el país necesita soluciones que equilibren oferta y demanda en tiempo real.
Si Tesla logra consolidarse en este mercado, no solo fortalecerá su posición global, sino que también contribuirá a una de las transformaciones energéticas más ambiciosas de la década.
Más allá de su simbolismo político, el acuerdo entre China y Tesla es un ejemplo de cómo la necesidad energética puede trascender las rivalidades comerciales. Para Pekín, representa un avance crucial en su camino hacia la neutralidad de carbono; para Tesla, una oportunidad de crecimiento en un mercado clave.
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