Reina Isabel II: el legado político de la eterna servidora de Reino Unido
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Her Majesty Queen Elizabeth II: el legado de la eterna servidora de Reino Unido

Por Gabriel Rico Albarrán | septiembre 20, 2022

La monarca reinó sobre más de 135 millones de personas, y como jefa de la Commonwealth, alrededor de un tercio de la población mundial. El reinado de Isabel II se extendió durante casi tres cuartos de siglo, marcado por constantes cambios sociales, crisis políticas y la degradación de lo que una vez fue el imperio más grande del mundo, que vio pasar a quince Primer Ministros (de los que 11 fueron conservadores y cuatro laboristas) y más de 110 presidentes. Sin lugar a dudas la soberana pasará a la posterioridad como la monarca más conocida y amada de la historia.

Coronada en 1953 tras la muerte de su padre, el rey Jorge VI, con tan solo veinticinco años de edad, muy al igual que su homónima, la reina Isabel I, Isabel II no llegó al poder con expectativas de tenerlo. Al momento de su nacimiento en 1926, la entonces princesa Isabel era la tercera en la línea de sucesión al trono británico, precedida por su propio padre, el entonces Albert Windsor, y su tío, el Rey Eduardo VIII.

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Su temprana infancia fue una de despreocupado idilio, siendo nada más que el objeto de la fascinación del pueblo como princesa. pero su futuro dio un giro inesperado con 10 años de edad, al abdicar su tío para casarse con la divorciada estadounidense Wallis Simpson.. En diciembre de 1936, Isabel se convirtió en heredera al trono al asumir su padre, el príncipe Alberto, el reinado como Jorge VI. 

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Antes de estos cambios, que pusieron a prueba la supervivencia de la monarquía británica, Isabel había tenido una infancia feliz, jugaba con otras niñas de su edad en casa gracias a un grupo creado especialmente para ella, pues su paso por la escuela estaba descartado por aquella época. Tras convertirse en princesa heredera, Isabel recibió una educación más especializada, con énfasis en Historia, mientras su país entraba en la II Guerra Mundial.

Previo a convertirse en reina, a su 21 cumpleaños, pronunció un discurso (retransmitido desde Sudáfrica) en el que expuso sus intenciones para su futuro reinado, pidiendo al pueblo de la Commonwealth que se uniera a ella en su resolución de reconstruir tras los estragos de la Segunda Guerra Mundial. El compromiso de Isabel II con la tarea lo cumplió a su totalidad hasta el último día de su vida.

“Declaro ante todos ustedes que toda mi vida, ya sea larga o corta, estará dedicada a su servicio y al servicio de nuestra gran familia imperial a la que todos pertenecemos”.

Entre las primacías que la reina Isabel acumuló durante su vida, y aún en su época de princesa, es el convertirse en la primera mujer miembro de la familia real en incorporare a las Fuerzas Armadas como miembro activo a tiempo completo, cuando se alistó en el Servicio Territorial Auxiliar, formándose como mecánica, en 1945.

 

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Capacidad de influencia

Con una actitud estoica ante los momentos más difíciles, Isabel II fue testigo de crisis económicas, cambios demográficos, pérdida de colonias, guerras, el terrorismo del Ejército Republicano Irlandés (IRA), el florecimiento de las letras y las artes y, también, de tragedias familiares, como la muerte de Diana de Gales.

Si bien su rostro se ha convertido en uno de los más reconocidos del mundo, la labor política de la reina Isabel II no goza del mismo nivel de notoriedad. Como monarca constitucional en una esfera que, al inicio de su reinado gozaba de una completa dominación masculina, sus funciones políticas se encontraban deliberadamente limitadas. Pero, el hecho de que no ejerciera verdadero poder político a la hora de la toma de decisiones no quiere decir que no lo tuviese. Más bien, ejercía el denominado soft power o capacidad de influencia por el que su reinado llegó a ser caracterizado.

Como cabeza y representante del Estado, se encontraba estrictamente obligada a mantener una posición neutral en cuanto a la política, y dentro de sus labores asignadas se encontraban iniciar cada nueva sesión del Parlamento y aprobar las leyes, a través del Asentimiento Real. A pesar de esto, la reina fue considerada una importante figura de la política exterior británica. Uno de los puntos fundamentales de su éxito como monarca fue precisamente su apego a la neutralidad requerida de su posición, el cual le permitió navegar el cambiante escenario político en Gran Bretaña y los fluctuantes sentimientos del pueblo hacia la Corona como institución.

A través del ejercicio de la influencia, la reina dio voz y, por lo tanto peso, en diversas ocasiones a causas como la injusticia del apartheid en Sudáfrica, una posición que iba directamente en contra de la entonces Primera Ministra Margaret Thatcher, y de la cual fue fruto una longeva amistad con el activista político y presidente sudafricano Nelson Mandela, y el régimen racista de Ian Smith en Rhodesia del Sur, hoy Zimbabwe. Dentro de su capacidad como monarca y jefa de la Mancomunidad, Isabel II fue una reconocida campeona de la causa antiracista, y cuyo compromiso con la misma fue el eje catalizador que mantuvo unida a la Commonwealth durante las décadas de los ochenta y los noventa.   

Un legado de servicio

Evidentemente, durante periodos de cambio radical, la reina pudo representar a toda la nación ante sí misma de manera más efectiva que cualquiera de sus predecesores, ganándose el afecto del pueblo, y convirtiéndose en un símbolo de unión y patriotismo en tiempos de incertidumbre. Más allá de los bordes del Reino Unido, la reina fue la representante por excelencia de la nación y la Commonwealth ante el mundo exterior, dando rostro a la nueva faceta de la política exterior Británica, que hasta entonces había sido caracterizada por el imperialismo, el colonialismo y su sangriento legado, y una nueva era para la monarquía, como lo expresó en su discurso ante la Asamblea General en 1957, organización que visitó dos veces durante su reinado, donde expresó:

Ideales y esperanzas comunes, no lazos formales, unen a los miembros de la Mancomunidad y promueven esa asociación entre ellos que, en mi opinión, ha contribuido significativamente a la causa de la libertad humana”.

Ahí radica su verdadero poder e influencia política, honrando un juramento que hizo a los 21 de edad, de hacer de su vida una de servidumbre a su pueblo, logrando así que, en un mundo en constante cambio y evolución, representar aquel pilar inamovible del espíritu británico y la fuerza en la unidad de un pueblo.

Por Sarah Isabel Núñez con información de EFE y Royal Family

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