Los pueblos taínos e igneris creían que el sol y la luna salían de las Cuevas de Pomier para colocarse en el cielo, y siglos después sus pinturas rupestres podrían procurarle a este sitio arqueológico el título de capital prehistórica de las Antillas.
Un anteproyecto de ley presentado en el Congreso de la República Dominicana puede suponer el reconocimiento definitivo del valor cultural y medioambiental de estas cuevas, lugar de peregrinaje de los pueblos originarios de las Antillas y de Centroamérica, que dejaron en su interior un rico patrimonio de arte rupestre.
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A raíz de esta iniciativa, el pasado noviembre se creó una comisión encargada de hacer la investigación necesaria para que fundamentar la declaratoria de «capital prehistórica» de este lugar, ubicado en San Cristóbal, a unos 30 kilómetros de Santo Domingo.
Sin embargo, esta comisión, integrada por tres ministerios y por organizaciones expertas en conservación, todavía no ha avanzado lo que sería deseable en la investigación necesaria para obtener ese título, según fuentes ministeriales.
En las paredes y recovecos de las cuevas se conserva un legado que, según las estimaciones, data de hace unos 1.300 a 1.500 años, explicó a Efe el espeleólogo Domingo Abreu, que lleva más de 40 años investigando los aspectos rupestres, arqueológicos y zoológicos de esta formación miocena.
«En estas cuevas se atesoran los conjuntos rupestres más diversos y numerosos con los que cuenta el Caribe»
Esas manifestaciones permiten afirmar que hubo una conexión con Mesoamérica, dada su similitud con las representaciones de algunas culturas del continente, señaló Abreu durante un recorrido por las cavidades.
Para el espeleólogo, «haber encontrado tantas cuevas, con tanta diversidad de arte rupestre, algunas identificadas con la cultura maya, con la cultura nahua y con la cultura inca (…) lo que encontraron los españoles al llegar aquí era un crisol de culturas del continente y de todo el Caribe».
Fray Ramón Pané, cronista español que tuvo contacto con los habitantes de la zona a finales del siglo XV, relata en sus escritos que «estas cuevas eran visitadas por aborígenes de toda el área y el continente americano, igual que los cristianos visitan Roma y los islámicos visitan La Meca. Es decir, esta era la capital religiosa y mística de las Antillas», apuntó Abreu.
El religioso acompañó a Cristóbal Colón en su segundo viaje a América y en 1497 dejó constancia de la existencia de pinturas en algunas de estas cuevas, en lo que constituye «el primer reporte de arte rupestre en el mundo».
Siglos después, en el XIX, despertó el interés de la reina Victoria de Inglaterra y su esposo, el príncipe Alberto de Sajonia. Enviaron al explorador y naturalista Robert Hermann Schomburgk, que contempló maravillado este legado aborigen, hallazgo presentado en 1851 a la Sociedad Etnológica de Londres.
(por María Montecelos/efe; adaptado por pfm)
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