Aunque se ostenta como uno de los proyectos más redituables en la actualidad, el Metaverso tiene muchas bondades, pero también prácticas que atentan contra su armonía y su correcta convivencia.
La agenda del 8M no deja a un lado esto, ya que plantea tres objetivos tienen que integrarse en el libro de reclamaciones de las mujeres, todos relacionados con la acelerada digitalización que estamos experimentando.
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La más que documentada violencia contra las mujeres en las redes sociales y otros espacios de socialización digital (por ejemplo, los videojuegos) avanza en el metaverso, la realidad virtual paralela en la que, en breve, nos desdoblaremos en mayor o menor medida.
Varias mujeres, alguna de ellas investigadoras académicas, han denunciado ya acoso sexual y violación de sus avatares en la universo virtual de Meta, la compañía de Mark Zuckerberg.
Parece que los moderadores de estos espacios no toman medidas ante estas violencias, lo que ha llevado a las usuarias a pedir la implementación de una burbuja de seguridad alrededor de sus avatares, cosa que se ha conseguido recientemente.
La aparente neutralidad de la ciencia de datos, amurallada tras el aval tecno-científico de la inteligencia artificial, convierte en una heroicidad la crítica feminista al algoritmo.
Sin embargo, los algoritmos no son más que fórmulas matemáticas escritas por personas (mayoritariamente hombres) que imprimen en ellas sus sesgos y alimentadas por datos que provienen de estadísticas, también ‘contaminadas’ por el sexismo y la discriminación.
Los algoritmos van aprendiendo de los datos que recogen de la realidad, datos que están de partida sesgados por sobrerepresentar a determinadas poblaciones (no a las mujeres, mucho menos a las mujeres de color).
Eso explica que Facebook haya publicado anuncios de trabajo bien pagados para hombres blancos, mientras que a las mujeres y a las personas de color se les proponía empleos de peor calidad.
Amazon también tuvo que eliminar su algoritmo de selección de personal porque mostraba un fuerte sesgo de género, penalizando los currículos que contenían la palabra mujer.
Hace una década, se advertía de que el trabajo del futuro estaría, sobre todo, en el área STEM (Ciencia, Tecnología, Ingeniería y Matemáticas).
Para las mujeres, pero estas no acceden a las ingenierías: desde hace años, el porcentaje de mujeres estudiantes está estancado en un 21.5 por ciento.
Son las únicas carreras en las que el porcentaje de chicas ha ido disminuyendo desde los años 80.
Tenemos dificultad para atraer al talento joven femenino a este tipo de carreras, incluso sabiendo que son las que más futuro y demanda tienen porque son versátiles y transversales.
El androcentrismo del sector y la falta de referentes femeninos no ayuda a revertir la tendencia.
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